Volvemos estos días a un debate que nos suena, se repite y, en ocasiones, no avanza, parece incluso que retroceda.
Cuando escuchamos la larga lista de datos en torno al porno, su consumo y las adolescencias, la respuesta inmediata que tenemos socialmente es llevarnos las manos a la cabeza. Nos preocupan, claramente, el descenso que está viendo de las edades tempranas de acceso al porno, los referentes e imaginarios de violencias, prácticas sexuales y roles que se reflejan en este, los tipos de cuerpos que aparecen… ¿Se arreglará la cosa si borramos el porno de nuestras vidas?
Resulta útil alejarse por un momento de este prisma, a menudo tan alarmista como simplista, y mirar más allá de la pornografía:
¿Qué pasa con los referentes audiovisuales fuera del porno? Desde las pelis de princesa de cuento, el clásico discurso lleno de mitos del amor romántico de tantas series y pelis mainstream, hasta los referentes en redes sociales como Instagram, TikTok y YouTube que normalizan la cultura de la violación o las campañas publicitarias que nos bombardean cada día. Todos ellos, y otros tantos ejemplos que nos rodean, no son productos aislados, maquinados por una industria concreta que decide crear un imaginario patriarcal, son un reflejo directo de la sociedad en la que vivimos.
Quizá la pregunta en torno al porno que debería (pre)ocuparnos es: ¿Debemos seguir dejando que el porno sea la principal (o única) fuente de información en torno a las sexualidades que tienen las personas en su adolescencia y juventud?
La principal problemática de la que partimos es que hablar de las sexualidades sigue siendo un tabú, tanto en casa como en centros educativos, así como en la mayoría de espacios en los que nos movemos. Si no hay conversación en torno a las sexualidades desde etapas tempranas, llegamos a la preadolescencia y nuestro primer contacto con el sexo es a través del porno. Y como tampoco hablamos de lo que es el porno, es bastante probable que por nuestra cuenta no consigamos identificarlo como lo que es, una producción audiovisual, ficticia y actuada, en la que se performa el sexo.
Y aquí está la clave: si entendemos la pornografía como una ficción que nos puede resultar interesante, entretenida y placentera o si la entendemos como un manual de instrucciones para saciar nuestra curiosidad y falta de conocimiento en torno a las sexualidades en general y a las prácticas sexuales en particular.
De la misma manera que no esperamos aprender a conducir con las películas de Fast&Furious, tampoco podemos pretender que el porno sea una fuente de educación sobre cómo relacionarnos, cuidar y follar. Es una producción de ficción, manipulada, actuada, llena de recortes y efectos especiales, de eyaculaciones y orgasmos fingidos, de prácticas que no resultan placenteras para una mayoría y un largo etcétera… ¡Y hay que hablar de todo esto! Como decía el lema de la reciente campaña de SEXus, SEX-PORN : en el porno buscamos placer, no saber. Ver artículo: http://sexus.org/sexart/

Por eso es tan importante que desde peques podamos acceder a una educación sexual integral y feminista, que hablemos de nuestro cuerpo, de nuestros límites, de lo que son el consentimiento entusiasta, el placer compartido y los cuidados. Es indispensable que mostremos la diversidad que existe en el mundo (y que no vemos en la mayoría del porno), diversidad de orientaciones del deseo, de expresiones de género, de cuerpos y genitales, de prácticas sexuales más allá del coito, métodos de protección y barrera… Porque no podemos dejar que el porno más mainstream sea nuestra herramienta de aprendizaje, porque, como cualquier producto que consumimos, no se libra de estar dentro de un sistema de organización social, política y cultural que es patriarcal, cisheteronormativo, capacitista, gordófobo y racista.
Si como acompañantes y familiares de adolescentes nos preocupa que hereden también este sistema opresor como marco y referente de sus vidas, tendremos que avanzar y ofrecer otras alternativas:
¿Y si dejamos de hacer de las sexualidades un tabú?
¿Y si hablamos de porno abiertamente?
¿Y si ofrecemos a la juventud acceso a productoras de porno más ético y feminista, en lugar de ignorar el tema y que se acabe viendo igual el porno más accesible, gratuito y patriarcal a escondidas?
¿Y si dejamos de cargar a la adolescencia con las problemáticas construcciones sociales y culturales que han heredado de las generaciones anteriores?
Las sexualidades nos atraviesan en todas las etapas de la vida, acompañemos cada una de ellas y facilitemos la vivencia de unas sexualidades placenteras, libres de violencia y sanas.
¡Hablemos, hablemos y hablemos!
Ilustración: Tropidelia y Ander González
Autoría: Irene Ruiz San Miguel