Vivimos en la cultura de la violencia. Hemos aprendido a normalizar las relaciones a través de la violencia, y no hablemos de la resolución de conflictos; dónde día sí y día también me encuentro comentarios como “pues si te pega tú le pegas también” como solución a los problemas entre peques y no tan peques, y es que la venganza está a la orden del día.
Nos han enseñado que “los que se pelean se desean”, que para conquistar a alguien hay que “pasar” y no mostrar demasiado interés, así gustamos más; y que si te insulta alguien para intentar ligar es normal, “porque le gustas”. Y así, poco a poco, nos aprendemos a relacionar desde los malos tratos, a justificar comportamientos como “es lo normal”, “siempre ha sido así”, “esto no es violencia”.
Me adentro en las aulas y veo violencias por todas partes. Desde primero de primaria hasta ciclos superiores. Justificaciones y risas detrás de las violencias para hacerlas menos reales, porque incomodan; porque aceptar que usamos la violencia para relacionarnos nos hace sentir mal, como si fuésemos personas violentas y no, no somos eso, ¿verdad?
Hablemos de bullying y discriminaciones,
de personas con cuerpos no normativos, de diferentes procedencias y colores de piel, de diversidad sexual y de género, de personas con diferentes habilidades y capacidades, con diferentes intereses y gustos, con diferentes creencias religiosas, con formas diferentes de expresar su identidad...

Al parecer la diferencia es motivo de burla, como si ser diferente no fuese la norma. Nos inventamos como sociedad que hay unas normas a seguir, normas impuestas, imposibles de cumplir, que nos generan malestar y que seguimos perpetuando.
Cuando hablo de discriminación en las aulas todas las personas se sienten identificadas de alguna manera, porque todas pertenecen a alguno de esos grupos discriminados o poseen alguna de esas características que les hacen vulnerables, que les puede llevar a ser motivo de burla y aún así, seguimos perpetuando ese dolor, ese rechazo a la diferencia; que nos excluye a todas en algún momento. Paradójico, ¿no?
Como personas adultas creemos que son las nuevas generaciones, jóvenes de ahora, que se relacionan de esta manera y que solo pretenden encajar en una sociedad que les impone nuevas formas de comportarse, de ser y de estar en el mundo inalcanzables, a través de las redes sociales. Adultismo se le llama. Pero no, esto viene de largo, las relaciones a través de las violencias, del encajar a toda costa en un sistema que excluye constantemente a todo el mundo, es algo que han aprendido de personas adultas, de otras generaciones; simplemente se adaptan a los nuevos tiempos, y a las nuevas maneras de relacionarse.
¿Y qué podemos hacer? Revisarnos, intentar ser ejemplo, cuestionarnos nuestra manera de relacionarnos, cuestionarnos cómo hemos normalizado esa violencia, revisar si lo que enseñamos es lo que queremos transmitir; cuestionar lo que leemos, lo que vemos y lo que escuchamos.
Autoría: Estefania González Torres