SEXus SEXus

El twerk es un movimiento originario de las danzas sudafricanas, concretamente de una danza ancestral llamada Mapouka. Debido a los movimientos coloniales, muchas personas negras se vieron obligadas a migrar hacia territorios estadounidenses, provocando así la propagación de su cultura. Este hecho incitó a las disidencias de distintos países a experimentar con el baile y la cultura del twerk, incorporando aspectos de movimientos corporales afroamericanos, caribeños y africanos occidentales. Sin embargo, muchas referentes focalizan el origen en la comunidad creada en New Orleans, donde el twerk, concretamente el Bounce, se convirtió en un movimiento de hermandad y resistencia del colectivo LGTBIQ+. Era una danza bailada por mujeres negras y disidentes con la intención de incomodar y provocar a finales de los años ochenta.

 

¿Empoderamiento o cosificación? Un debate sobre el twerk que no es casualidad que se tenga en nuestra sociedad occidental. La moral cristiana condiciona la relación de los cuerpos y su concepción, arrastramos todavía la dualidad platónica, donde el cuerpo es un elemento que desborda las pasiones y nos hace pecar. Teniendo en cuenta que esta concepción dualista está impregnada en nuestro imaginario occidental, cuando el máximo agente cultural del twerk son las trabajadoras sexuales estadounidenses, el deseo se articula desde la visión heteropatriarcal occidental.

 

Ante esa imposición, bajo los ojos occidentales, el deseo funciona diferente. El deseo lo construye el otro. Así pues, todos los discursos hegemónicos occidentales interpelan a las subjetividades, delimitando la articulación del deseo en el movimiento. Se reduce la práctica a la acción de culo o incluso cuando practican twerk los cuerpos se convierten en objetos, es decir, se realiza una deshumanización de los cuerpos. Nos olvidamos de que pueden tener una dimensión emocional para reducirlos únicamente en el movimiento. Así como en la danza contemporánea, por ejemplo, podrían transmitir un componente psicológico, creándonos emociones; con el twerk solo se transmite el baile en sí, tan solo porque la parte predominante del baile es mover el culo. Al fin y al cabo, bailar twerk nos provoca emociones proscritas, desborda todo un mundo que no nos han permitido sentir. De esta forma, simplificar el baile únicamente en el movimiento nos evita hacernos sentir culpables de estar disfrutando de algo tan socialmente mal visto como la sexualidad, el cuerpo y el culo. Este pensamiento ha sido el resultado del residuo del catolicismo que ha marcado la moral válida desde occidente. El imaginario está tan arraigado a la mentalidad occidental, manteniendo así el statu quo, que opaca todo deseo de que pueda surgir de esta práctica. Así pues, el deseo es visto como el proceso de deshumanización, perdiendo la apertura hacia la creación de ese propio anhelo como bailarina, el poder plasmarlo en el movimiento. Se ha negado tanto la búsqueda de este placer, que ni las bailarinas hemos llegado a plantearnos con profundidad qué rol juega el deseo en nuestras corporalidades.

En consecuencia, el único deseo que se permite es el placer sexual heteronormativo de los hombres cis que pueden experimentar al disfrutar de la performance de una bailarina. Este placer viene dominado por la sexualización del movimiento, creada desde la otra mirada. A fin de cuentas, el twerk es un baile que se le ha impuesto un código moral, el cual incita que el movimiento se lea como una provocación o incluso como un acto denigrante. Esta percepción se agrava cuando esta práctica la realiza una corporalidad no deseable, ni por el canon occidental ni por el neoliberal.

Sin embargo, la colectivización del twerk y otras danzas similares provoca la desestructuración del sistema, permitiendo una brecha en la que la sexualidad puede ocupar el espacio público. Al fin y al cabo, el twerk permite la apertura de un espacio heterotópico. Otro espacio no hegemónico que desnaturaliza el conocimiento verdadero, desmontando así todas las construcciones aparentemente inherentes al movimiento. Las strippers y las disidencias abren la posibilidad de distorsionar la conceptualización de la sexualidad y los cuerpos, dando cabida a una articulación del deseo librada de todo el imaginario moral blanco impuesto. La sexualidad pasa a formar parte del espacio público rompiendo con la normativa occidental, que clausura la exploración sexual en el hogar. Demostrando así, que el twerk es una resistencia queer de una sociedad puritana, ultracatólica supremacista blanca.

 

Por: Mariona Moragrega Garriga

Foto: @santanalgacrew