Artículo por: Maio Serrasolsas Moreno
Ilustración por: @pauladelhoyo_art
Es un sentimiento compartido entre las mujeres, bolleras, trans, maricas y otras identidades que se encuentran fuera de la norma que hacemos música: no solo nos cuesta más esfuerzo llegar a esferas más visibles, sino que de camino recibimos una cantidad incontable de violencias. Nos cae encima cualquier LGTBIfobia cuando mostramos, cantamos o interpretamos sobre afectividades no heteronormativas, pero recitando Shakespeare también, puesto que una gran parte del porcentaje de ataques no son por el que decimos, sino por la expresión de género que presentamos.
Podríamos seguir preguntándonos qué acorde de guitarra es el que no gusta, qué recurso técnico de la melodía es el que no encaja, o qué problema tiene la rima consonante del texto. Cuando hayamos descartado todo patrón y relación con la estructura musical, nos daremos cuenta de que lo que señalan es a nosotras como artistas, como identidad sexual y de género, y que por lo tanto, cualquier creación artística que hagamos estará directamente situada por debajo otros que hagan el mismo pero desde una posición hegemónica en el mundo.
"Generar referencia y visibilidad en tanto a existencias no-normativas en los escenarios y de contenido en las letras es difícil, pesa y acostumbra a estar fuera de la idea de los cuidados."
Lo que tendría que ser un espacio de seguridad donde desarrollar nuestro trabajo, es muchas veces un lugar donde las sensaciones que pasan por el cuerpo se acercan a la vulnerabilidad, la infantilización y el «Síndrome de la Impostora». A menudo chocamos con la doble cara de la magnitud de las redes sociales, a días nos sirven de trampolín para llegar a gente que no tenemos al alcance y que demanda contenido transfeminista, antirracista, anticapitalista… y a ratos se convierten en una entrada VIP para recibir amenazas en Forocoches.

En cuanto nos ponemos a sumar interseccionalidades como la clase, la movilidad, la corporalidad, el origen, la situación administrativa… la puerta a los backstage se va cerrando (la del Sonar y la del CSO). El ámbito cultural es un reflejo más de que tanto lo mainstream como lo alternativo tienen mucho a cambiar y a revisarse.
Si ya era difícil tener un espacio en los carteles antes de la crisis de la COVID-19, ahora más. Y es que últimamente empezábamos a ver datos que se acercaban a la paridad en acontecimientos concretos, muy concretos… Paridad entendida como participación equilibrada entre hombres y mujeres, y claro, hay cuerpos e identidades lejos de la lista de posibles participantes. Es fácil que corra por nuestras mentes la pregunta: ¿Se está valorando lo que hacemos o se nos contrata para llenar el cupo?
El sector de las artes se ha hundido en una crisis muy grave, y como siempre y como cada crisis, afecta más a las mismas personas. ¿Será el golpe en la cabeza tan fuerte que a quienes programan conciertos, festivales y espectáculos se les está volviendo a olvidar que existimos? En el actual contexto de pandemia nos atraviesa la necesidad de dar respuestas a estas preguntas: entender cómo está cambiando el ocio, valorar las nuevas necesidades que surgen, visibilizar las desigualdades existentes y buscar estrategias de cuidados.
Hay que encontrar soluciones, porque ya hace tiempo que descubrimos que no comemos del sol ni del aire.